viernes, 17 de julio de 2009

En la frontera de dos mundos

"Ver desde un ángulo invertido, sin embargo, no es un don que pertenezca exclusivamente a la imaginación humana. He llegado a pensar que, a su modo, los animales también lo tienen, aunque tal vez más raramente que el hombre. El momento debe ser adecuado; uno debe estar, por azar o intención, en la frontera de dos mundos. A veces esas fronteras se desplazan o interpenetran y uno ve lo milagroso.
Una vez, observé que esto le ocurría a un cuervo.
Este cuervo vive cerca de mi casa, y aunque nunca le hice daño, se cuida de permanecer en los árboles más altos y, en general, esquiva a los seres humanos. Su mundo comienza aproximadamente en el límite de mi campo visual.
En la mañana en que ocurrió este episodio, todo el campo estaba envuelto en una de las nieblas más intensas habidas durante años. La visibilidad era absolutamente cero. Todos los aviones estaban en tierra, y hasta un peatón apenas podía ver su propia mano estirada.
Yo caminaba a tientas por el campo, en dirección a la estación ferroviaria, siguiendo un sendero de borrosos contornos. De pronto, saliendo de la niebla, aproximadamente al nivel de mis ojos y tan cerca que eché el cuerpo hacia atrás, aparecieron un par de enormes alas negras y un pico feroz. El pájaro se precipitó por encima de mi cabeza con un frenético graznido de un terror tan espantoso como no he vuelto a oír -y espero no volver a oír- en un cuervo.
Estaba perdido y espantado, pensé mientras recuperaba mi equilibrio. No debería estar volando en esa niebla: se rompería tontamente la cabeza.
Durante toda la tarde, sonó en mis oídos ese chillido torpe y penetrante. Un simple extravío en la niebla no parecía justificarlo, y menos en un rudo, viejo e inteligente bandido como -me consta- era ese cuervo. Incluso llegué a mirarme al espejo, para ver que podía haber en mí que lo hubiera repelido tanto como para clamar en protesta al mismo cielo. Más tarde, mientras volvía a casa por el mismo sendero, se me ocurrió la solución; es raro que no la hubiera encontrado antes. Las fronteras de nuestros dos mundos se habían desplazado. La culpa la tenía la niebla. Ese cuervo -y yo lo conocía bien- en circunstancias normales jamás volaba tan bajo como para acercarse a los hombres. Se había extraviado, si, pero era más que eso. Había pensado que volaba alto, y cuando me encontró asomando como un gigante en la bruma, percibió un espectáculo fantasmal y, para su mente de cuervo, antinatural. Había visto un hombre caminando por los aires, profanando el centro mismo del mundo de los cuervos, heraldo de la mayor calamidad que el cerebro de un cuervo podría concebir: hombres que andan por el aire. El encuentro, a su juicio, debió ocurrir a cien pies sobre las casas.
Ahora grazna por las mañanas cuando me ve salir hacia la estación, y en ese graznido creo percibir la incertidumbre de una mente que ha llegado a saber que las cosas no son siempre lo que parecen. Ha visto un prodigio de las alturas y ya no es como los otros cuervos."

Loren Eiseley, The Immense Journey, 1957.

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