Hace mucho que no pienso en la palabra utopía. La dejé “tipo” a los dieciséis si no me equivoco. Casi como una adicción (nunca la tuve en realidad). No me interesa su contexto historia, filosofía o común acepción dentro de lo más imaginable. Menos que menos referir al Quijote.
La utopía como no lugar me interesa. Tengo en mente un imaginario googleado y aturdido y muchas palabras que salen de mis pinturas, como si fueran pinturas-parlantes. Son imágenes en colores pasteles (mucho rosa, ya se acaba por un rato, me lo auto-censuré) que se transforman en palabras blanco y negro cuando intento escribir.
Los no lugares son todas esas cosas que pasan en un tiempo y espacio que proyecto, pero que no ocurren en concreto. Creo que en el fondo (profundo y muchos colores vibrantes, desbordantes y líquidos), si no pasan, es porque no quiero o no creo demasiado…
Me interesa o fascina más lo que no ocurre pero que puede ocurrir. Todo sobre lo que no tengo certeza o control. Me es difícil controlar, manejar (choqué tres veces ya), dirigir, conducir, etc. Si controlo, es en exceso y me caigo (jodidamente). Mi espíritu experimentalista de alto riesgo va más rápido que yo (estamos separados). También, mientras escribo, siento la desconexión entre mis oraciones, lo que quiero decir, lo que intento ensayar, lo que hace tiempo quedó por ahí (tipo a los diecinueve, qué sé yo, más o menos).
Hace poco quedé fascinada con unos mundos ideales del más allá (en serio) proyectados por unos arquitectos del iluminismo francés. Ledoux, Lequeu y Boullée. A ver…cómo explicarlo. Estaba quedándome dormidísima con lentes puestos y lapicera en mano (el correr de la tinta sobre mi cuaderno Rivadavia, inconsciente) cuando me desperté en la mejor parte. Y eso nunca me pasa en las películas (cuando me duermo, me pierdo de todo lo mejor y no me importa). Quien dictaba la clase, daba vueltas, como siempre, en su estado de soberbia (que tan mal no me cae), escupiendo datos que ojala mi memoria retenga para siempre (me gustaría contarle a mucha gente, como si la historia fuera mía). Me transmitió esa pasión, que tan poco problema tiene en decir si algo es una mierda o no.
Me olvidé de muchas cosas que tenía en la cabeza, y me dejé llevar…al mismo tiempo que prestaba atención volaba imaginándome una contemporaneidad ficticia, admiradora de estos sujetos. Hasta pensé de qué forma reinterpretar esos flashes.
La realidad es que estos personajes no eran los revolucionarios, ni cerca…De todas formas tuvieron una visión fantástica, fuera de lugar. Creo que no les importaba nada más que la posibilidad de “ser” que puede tener cualquier cosa.
Voltaire escribió: “no debemos apoyarnos en simples hipótesis, no debemos comenzar por la invención de principios con los que luego trataremos de explicar todo, debemos en cambio comenzar por el análisis exacto de los fenómenos que nos llaman la atención”. Con esto se comprueba que el hombre del siglo de las luces ya no quiere aceptar dogmas preestablecidos sino que los nuevos acontecimientos deben derivar de la experiencia, la observación y el análisis es decir nuevos procesos conceptuales acorde con los tiempos vividos.
Se ve que políticamente estaban divididos, sus cabezas corrían para distintos lados…o no.
Insisto en la capacidad pre-figurativa que pueden tener los objetos o situaciones que se nos presentan. Me interesan esos modos de pensar o ver las cosas, creo que pueden abandonar su estado “meta” y convertise en algo material, y aún conservar su esencia.
Casa de guardias forestales, Lédoux
Cenotafio de Newton, Boullée
El concepto utopía designa la proyección humana de un mundo idealizado. El término fue concebido por Tomás Moro en su obra Dē Optimo Rēpūblicae Statu dēque Nova Insula Ūtopia, donde Utopía es el nombre dado a una comunidad ficticia cuya organización política, económica y cultural contrasta en numerosos aspectos con las sociedades humanas contemporáneas a Tomás Moro. Sin embargo, aunque el término fue creado por él, el concepto subyacente es anterior.
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