miércoles, 9 de diciembre de 2009


Odilon Redon.


"Si les he contado de todos estos detalles sobre el asteroide B 612 y hasta les he confiado su
número, es por consideración a las personas mayores. A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les
habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar:
"¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?" Pero en cambio
preguntan: "¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?"
Solamente con estos detalles creen conocerle. Si les decimos a las personas mayores: "He visto una
casa preciosa de ladrillo rosa, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado", jamás llegarán a
imaginarse cómo es esa casa. Es preciso decirles: "He visto una casa que vale cien mil pesos". Entonces
exclaman entusiasmados: "¡Oh, qué preciosa es!"
De tal manera, si les decimos: "La prueba de que el principito ha existido está en que era un
muchachito encantador, que reía y quería un cordero. Querer un cordero es prueba de que se existe", las
personas mayores se encogerán de hombros y nos dirán que somos unos niños. Pero si les decimos: "el
planeta de donde venía el principito era el asteroide B 612", quedarán convencidas y no se preocuparán
de hacer más preguntas. Son así. No hay por qué guardarles rencor. Los niños deben ser muy
indulgentes con las personas mayores."


"—Sí; también las flores que tienen espinas.
—Entonces, ¿para qué le sirven las espinas?
Confieso que no lo sabía. Estaba yo muy ocupado tratando de destornillar un perno demasiado
apretado del motor; la avería comenzaba a parecerme cosa grave y la circunstancia de que se estuviera
agotando mi provisión de agua, me hacía temer lo peor.
—¿Para qué sirven las espinas?
El principito no permitía nunca que se dejara sin respuesta una pregunta formulada por él. Irritado
por la resistencia que me oponía el perno, le respondí lo primero que se me ocurrió:
—Las espinas no sirven para nada; son pura maldad de las flores.
—¡Oh!
Y después de un silencio, me dijo con una especie de rencor:
—¡No te creo! Las flores son débiles. Son ingenuas. Se defienden como pueden. Se creen
terribles con sus espinas…
No le respondí nada; en aquel momento me estaba diciendo a mí mismo: "Si este perno me
resiste un poco más, lo haré saltar de un martillazo". El principito me interrumpió de nuevo mis
pensamientos:
—¿Tú crees que las flores…?
—¡No, no creo nada! Te he respondido cualquier cosa para que te calles. Tengo que ocuparme
de cosas serias.
Me miró estupefacto.
—¡De cosas serias!"


"—Si alguien ama a una flor de la que sólo existe un ejemplar en millones y millones de estrellas,
basta que las mire para ser dichoso. Puede decir satisfecho: "Mi flor está allí, en alguna parte…" ¡Pero si
el cordero se la come, para él es como si de pronto todas las estrellas se apagaran! ¡Y esto no es
importante!
No pudo decir más y estalló bruscamente en sollozos.
La noche había caído. Yo había soltado las herramientas y ya no importaban nada el martillo, el
perno, la sed y la muerte. ¡Había en una estrella, en un planeta, el mío, la Tierra, un principito a quien
consolar! Lo tomé en mis brazos y lo mecí diciéndole: "la flor que tú quieres no corre peligro… te dibujaré
un bozal para tu cordero y una armadura para la flor…te…". No sabía qué decirle, cómo consolarle y
hacer que tuviera nuevamente confianza en mí; me sentía torpe. ¡Es tan misterioso el país de las
lágrimas!"

antoine de saint exupéry, le petit prince.



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